Las comprabas en una máquina expendedora con unas pocas monedas, y en cuanto las soltabas contra el suelo, desaparecían en una serie de rebotes imposibles de predecir. Se metían debajo del sofá, rebotaban en las paredes como locas y, si las lanzabas demasiado fuerte, terminaban en el techo o en el patio del vecino.
Eran pequeñas, pero mágicas, y cada rebote traía consigo la emoción de la sorpresa. Si alguna vez pasaste minutos buscándolas después de un lanzamiento demasiado entusiasta, sabes de lo que hablo.
✍ Recuerdos Nostálgicos
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