En un pequeño pueblo rodeado de montañas y niebla perpetua, existía una antigua casa abandonada que todos evitaban. La llamaban "La Casa del Susurro", porque quienes pasaban cerca decían haber escuchado murmullos saliendo de sus paredes, como si alguien hablara en voz baja desde el otro lado de la realidad.
Durante años, la casa permaneció intacta, cubierta de enredaderas y polvo, hasta que un joven periodista llamado Héctor decidió investigar la leyenda. Atraído por las historias de desapariciones y extrañas visiones, llevó consigo una linterna, una grabadora y una vieja cámara fotográfica.
Esa noche, cuando cruzó el umbral de la puerta rechinante, el aire se volvió pesado. Había un silencio absoluto, roto solo por el eco de sus propios pasos. Exploró la planta baja, encontrando muebles antiguos cubiertos con sábanas polvorientas y cuadros torcidos en las paredes.
Entonces, escuchó el primer susurro.
Era un murmullo débil, apenas un aliento entre el viento. Giró la cabeza bruscamente, apuntando su linterna al vacío. Nada. Su corazón latía con fuerza, pero decidió seguir adelante.
Subió las escaleras con cautela, cada peldaño crujía bajo su peso. Al llegar al segundo piso, encontró una puerta entreabierta con la pintura desconchada. Dentro, había una vieja cuna.
El susurro volvió, esta vez más claro.
—Ayúdame...
Héctor sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Apuntó la linterna a la cuna, revelando un muñeco de trapo cubierto de polvo. El aire se tornó helado. La grabadora que llevaba en el bolsillo comenzó a emitir estática, como si captara una señal desconocida.
De repente, la puerta se cerró de golpe detrás de él.
Trató de abrirla, pero estaba atascada. Entonces, en el reflejo de un espejo roto en la pared, vio una sombra detrás de él. Era alta, delgada, con ojos hundidos que brillaban en la penumbra. Su boca se movía sin emitir sonido, pero el susurro llenaba la habitación:
—No debiste venir...
Héctor sintió una presión en su pecho, como si una fuerza invisible lo estuviera sujetando. Con un esfuerzo desesperado, sacó su cámara y tomó una foto. Un destello iluminó la habitación y, en un parpadeo, la presencia desapareció.
La puerta se abrió de golpe y, sin pensarlo, salió corriendo de la casa.
Al llegar a su oficina, revisó la grabación y la imagen que había capturado. La foto mostraba la cuna y, justo detrás, una figura borrosa con ojos vacíos. Pero lo que más lo estremeció fue el sonido grabado en la cinta:
Un llanto infantil seguido de una voz gutural que susurraba su nombre.
Desde esa noche, Héctor nunca volvió a dormir en silencio. En cada rincón oscuro, en cada brisa nocturna, seguía escuchando aquel susurro… llamándolo.
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