✍Francisco José Castillo Navarro, Director General del Grupo Periódico de Baleares, Presidente Fundador de AMC/
La dimisión de Santos Cerdán como secretario de Organización del PSOE y la entrega inmediata de su acta de diputado no son una mera noticia política más. Son un golpe seco, profundo y doloroso al corazón del sanchismo, y una señal alarmante de que el castillo de lealtades que rodea a Pedro Sánchez se tambalea a ojos vista. Cerdán no era un peón: era el arquitecto interno del partido, el engranaje entre el poder y la estructura territorial, el encargado de disciplinar a las filas socialistas. Su caída, vinculada al escándalo del caso Koldo y a supuestas comisiones ilegales por 620.000 euros, no puede interpretarse como un simple caso aislado.
Lo que se cuestiona aquí no es solo la integridad de un dirigente, sino el modelo entero que Sánchez ha construido a su alrededor. ¿Cómo es posible que el presidente del Gobierno y líder del PSOE no tuviera conocimiento de los movimientos de su propio secretario de Organización? ¿Por qué la respuesta del partido ha sido tan tardía, solo produciéndose cuando el informe de la UCO se filtró y el escándalo resultaba ya imposible de silenciar? ¿No había indicios suficientes para actuar antes?
La dimisión de Cerdán se produce tras una creciente presión por parte de todos los flancos: los socios de investidura exigían explicaciones y hasta su cabeza; la oposición denunciaba el doble rasero ético del Gobierno, y dentro del propio PSOE se respiraba un malestar que ya no podía contenerse. Aun así, la reacción de Sánchez ha sido calculada, medida y, para muchos, insuficiente. Ha prometido una auditoría externa, pero sin aclarar los plazos ni los responsables. Ha asegurado que no habrá elecciones anticipadas, como si la cuestión se redujera a una cuestión de calendario institucional y no de crisis moral y política.
La gran pregunta que se impone es si esto es simplemente un bache más o el principio del fin. Porque no es la primera vez que un alto cargo de la máxima confianza de Sánchez se ve envuelto en un caso turbio. Lo vimos con Ábalos. Lo intuimos en otros episodios de menor visibilidad pública. ¿Está podrido el núcleo duro del PSOE? ¿Se ha convertido el poder en un escudo para operar sin control ni rendición de cuentas?
La falta de transparencia, la resistencia a asumir responsabilidades de forma inmediata y el intento constante de colocar la narrativa en el plano emocional —“me lo pensé cinco días”, “me duele profundamente”— no hacen sino aumentar la percepción de que Pedro Sánchez ya no gobierna con autoridad moral, sino con el frágil respaldo de una aritmética parlamentaria cada vez más inestable.
Mientras tanto, la ciudadanía asiste a todo esto con una mezcla de fatiga, desencanto y rabia. La política prometía ética, cambio y regeneración, pero lo que encuentran muchos votantes es más de lo mismo: redes de intereses, ocultaciones, y una cúpula cada vez más desconectada del país real. Incluso desde las propias filas progresistas empiezan a surgir voces que se preguntan si el precio a pagar por sostener este gobierno no está siendo demasiado alto.
¿Estamos ante una crisis puntual o ante el colapso de un proyecto político? ¿Puede un partido que prometía ser el dique contra la corrupción convertirse en un nuevo símbolo de ella? ¿Cuántas dimisiones más harán falta para que se hable de responsabilidades políticas reales y no solo de gestos para calmar la tormenta?
Pedro Sánchez sigue al frente. Pero su imagen ya no es la del líder que resistía con principios, sino la del gestor de un poder que se desmorona por dentro. ¿Será esta la estocada mortal para su mandato? España observa. Y también juzga.
2 Comentarios
Ojalá fuera así.
ResponderEliminarMagnífico artículo, España se quiebra ante tanta política sucia, nefasta y que se antoja resistente ante lo inevitable.
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