El espectro que avisa del peligro
Era de madrugada, la carretera estaba casi desierta y la lluvia golpeaba con fuerza el parabrisas. Un hombre regresaba a casa después de una larga jornada de trabajo, luchando contra el sueño y el cansancio. Al tomar una curva peligrosa, las luces de su coche iluminaron la silueta de una joven vestida de blanco, empapada, con gesto perdido y la mirada clavada en el vacío.
El conductor, sorprendido, detuvo el coche y le ofreció llevarla. Ella aceptó en silencio, se acomodó en el asiento trasero y apenas articuló palabra. La atmósfera dentro del coche era extraña, como si el frío se hubiera colado de repente en el interior.
Pasados unos minutos, la joven, con voz apagada, dijo:
—Ten cuidado en esa curva… ahí fue donde morí.
El hombre, con un escalofrío recorriéndole la espalda, giró instintivamente la cabeza hacia ella. Pero el asiento estaba vacío. La chica había desaparecido sin dejar rastro, como si nunca hubiese estado allí.
Con el corazón latiendo con fuerza, el conductor llegó hasta el pueblo más cercano y, aún temblando, contó lo sucedido en un bar abierto a esas horas. Los clientes lo miraron con seriedad: no era el primero en vivirlo. Desde hacía décadas, varios conductores hablaban de la misma aparición en ese mismo punto de la carretera. Algunos incluso aseguraban que la habían llevado hasta una casa cercana, donde una familia, con gesto resignado, confirmaba que la muchacha había muerto años atrás en un accidente justo en esa curva.
Así nació y se repitió la leyenda de la Chica de la Curva, una de las historias más inquietantes y universales del imaginario popular. Un relato que ha viajado de boca en boca, con versiones en muchas ciudades y países, pero siempre con el mismo final: una advertencia desde el más allá para que los vivos no repitan la tragedia de los muertos.
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