✍Francisco José Castillo Navarro, Director General del Grupo Periódico de Baleares, Presidente Fundador de AMC/
Hay decisiones artísticas que rozan lo provocador, pero hay otras que traspasan la línea de lo irresponsable. El caso de Alejandro Amenábar y su reciente representación de Miguel de Cervantes pertenece, sin duda, a la segunda categoría. No se trata de un mero detalle o de un recurso estético menor: estamos hablando de insinuar que el autor de Don Quijote mantenía una orientación sexual que jamás estuvo documentada, ni sugerida, ni siquiera intuida por los especialistas. Y eso, lejos de ser un aporte creativo, constituye una distorsión de la memoria histórica.
Conviene subrayarlo con claridad:
No hay pruebas históricas: Ninguna carta, ningún testimonio de contemporáneos, ninguna anotación en archivos o crónicas menciona la homosexualidad de Cervantes. Esta idea no se sostiene en la historiografía, sino en un vacío biográfico que Amenábar ha decidido rellenar con suposiciones.
Es ficción disfrazada de realidad: La película juega con los huecos de la vida del escritor y los convierte en espectáculo, pero lo hace sin advertir con suficiente fuerza que se trata de pura fantasía. Así, el público puede salir de la sala creyendo que lo visto es un hecho probado.
Es inconsistente incluso dentro de la obra: La cinta no define de manera clara a Cervantes como homosexual; apenas sugiere una relación posible durante su cautiverio. Una insinuación sin peso narrativo, pero con una carga polémica enorme que, inevitablemente, eclipsa cualquier otra lectura de la película.
La controversia que ha generado no es un capricho de críticos conservadores ni de guardianes del canon. Surge del daño que puede causar presentar como verdad algo que no lo es. Las obras artísticas siempre han tenido licencia para la invención, sí, pero cuando esa invención afecta a personajes históricos cuya herencia es universal, se exige una mínima responsabilidad ética. Aquí no hablamos de un héroe anónimo ni de un personaje secundario de la historia: hablamos del autor que sentó las bases de la literatura moderna.
Lo más preocupante es el efecto que este tipo de ficciones tiene en la memoria colectiva. Muchos espectadores no distinguen entre lo que es invención y lo que está probado. Terminan convencidos de una mentira, que luego se transmite y se repite como si fuese una verdad incómoda "descubierta" por el cine. Esa confusión, sembrada por Amenábar, es lo que resulta verdaderamente grave. Convertir la ficción en una mentira compartida es un acto de manipulación cultural, por más que se esconda bajo el paraguas de la creatividad.
Ahora bien, hagamos el ejercicio de ponernos en la piel de Cervantes. Pensemos: ¿qué ocurriría si, dentro de cien años, alguien inventara aspectos íntimos de nuestra vida? ¿Qué sentiríamos si nos atribuyeran amores, pasiones o inclinaciones que jamás tuvimos, y esa versión falsa se impusiera como verdad? ¿Qué sentirían nuestras familias, incapaces de defender nuestra memoria porque ya no habría manera legal de hacerlo? En este caso, Cervantes no puede demandar, ni tampoco sus descendientes directos, y sin embargo la injusticia permanece. La más elemental noción de justicia dicta que no se debería permitir que un creador convierta en difamación histórica lo que jamás fue.
Para reflexionar, lo que Amenábar ha hecho no es un homenaje ni una reflexión valiente sobre la complejidad humana, sino un acto de vanidad artística que utiliza a Cervantes como instrumento para escandalizar y vender entradas. No se trata de coartar la libertad creativa, sino de recordar que incluso la ficción tiene límites cuando amenaza con convertir la mentira en legado. La pregunta final es ineludible: si mañana alguien reescribiera tu vida con falsedades, ¿aceptarías callado que tu historia se transformara en una caricatura?
FJCN








