De simples cuentas en arcilla a las primeras leyes y epopeyas de la humanidad
El primer sistema de escritura de la humanidad no fueron las letras que usamos hoy, sino unas marcas en tablillas de arcilla conocidas como escritura cuneiforme.
Fue inventada por los sumerios, en Mesopotamia, hace más de 5.000 años. Su nombre viene de “cuneus”, que en latín significa “cuña”, porque los escribas utilizaban un punzón de caña con forma triangular para presionar la arcilla húmeda y crear símbolos.
Al principio, esta escritura tenía un uso muy práctico: registrar intercambios comerciales, impuestos o inventarios de grano y ganado. Con el tiempo, se convirtió en una herramienta cultural y política: permitió fijar leyes (como el famoso Código de Hammurabi), transmitir mitos y epopeyas (como la Epopeya de Gilgamesh, considerada la primera gran obra literaria), y dejar constancia de las decisiones de los reyes.
Lo más sorprendente es que la escritura cuneiforme no se parecía en nada al alfabeto: estaba formada por cientos de signos que representaban sonidos, objetos o ideas. Solo los escribas sabían leerla y escribirla, lo que les otorgaba un papel muy influyente en su sociedad.
Hoy, miles de tablillas de arcilla conservadas en museos de todo el mundo nos permiten asomarnos a la vida cotidiana de hace milenios: contratos, recetas médicas, plegarias a los dioses… Todo gracias a estas marcas en barro que sobrevivieron al paso del tiempo.
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