Aceite, rasquetas y termas: el ritual de limpieza en la Antigua Roma
En la Antigua Roma, la limpieza no era solo una cuestión de salud, sino un auténtico ritual social. La mayoría de los ciudadanos acudía a las termas públicas, enormes complejos que contaban con piscinas de agua fría (frigidarium), templada (tepidarium) y caliente (caldarium). Allí no solo se bañaban: también hacían ejercicio, conversaban, cerraban negocios e incluso asistían a espectáculos culturales.
Lo curioso es que no usaban jabón como el que conocemos hoy. En su lugar, se untaban aceite de oliva por el cuerpo y, con la ayuda de una rasqueta metálica llamada strigil, retiraban sudor, polvo y grasa. Este método dejaba la piel limpia y era parte de la rutina diaria de muchos romanos, especialmente de los más acomodados.
Además del aceite y el strigil, se utilizaban otros productos para el cuidado personal: arena, piedra pómez o cenizas servían para frotar la piel y exfoliarla. Para el cabello, se aplicaban mezclas de cenizas y grasa animal, y para los dientes, polvos hechos a base de huesos o conchas trituradas, que actuaban como dentífrico rudimentario.
La higiene no terminaba ahí: los romanos eran grandes amantes de los perfumes y aceites aromáticos, que no solo perfumaban la piel, sino que también se consideraban símbolo de estatus social.
Gracias a los acueductos, muchas ciudades contaban con un suministro continuo de agua que alimentaba tanto a las termas como a algunas viviendas privadas de las familias más ricas. Esto hacía de Roma una de las civilizaciones más avanzadas en cuanto a higiene y urbanismo.
En definitiva, aunque no conocían el jabón tal y como lo usamos hoy, los romanos desarrollaron un sistema de limpieza muy sofisticado para su época, que combinaba higiene, salud, ocio y vida social.
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