El misterio salado de los océanos tiene una explicación que comenzó hace millones de años.
Desde hace millones de años, los ríos han ido desgastando lentamente las rocas de la superficie terrestre, arrastrando diminutas partículas minerales hacia los océanos. Entre ellas se encuentran sales como el sodio y el cloro, que al unirse forman el cloruro de sodio —la sal común que usamos en la cocina—.
Cuando el agua de los ríos llega al mar, parte de ella se evapora por la acción del sol, pero la sal y los minerales no se evaporan. Permanecen allí, acumulándose con el paso del tiempo. Este ciclo se repite día tras día, año tras año, haciendo que los océanos se vuelvan cada vez más salados.
Sin embargo, el mar no se convierte en una sopa de sal sin fin gracias al equilibrio natural: las corrientes marinas, la lluvia y el aporte constante de agua dulce mantienen una concentración estable. La media es de unos 35 gramos de sal por cada litro de agua marina.
Además, los volcanes submarinos también contribuyen: expulsan minerales y gases que se disuelven en el agua, aportando más componentes a la “receta” salada del mar.
Así, el mar que hoy conocemos es el resultado de miles de millones de años de erosión, evaporación, actividad volcánica y equilibrio natural. Un ciclo eterno que hace que cada ola contenga una pequeña historia del planeta.
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