En 1938, en el orfanato de Khabarovsk, permanecían los hijos de aquellos ejecutados durante la Gran Purga ordenada por Stalin.
Si tenían 15 años o más, el Estado los consideraba adultos, lo que significaba que muchos podían ser enviados a campos de trabajo o sufrir el mismo destino que sus padres.
Las esposas de los llamados “enemigos del pueblo”, acusados de espionaje o traición al régimen, eran detenidas y enviadas a campos en Siberia por cinco a ocho años, o incluso ejecutadas. La razón oficial era “evitar molestias” e impedir que presentaran quejas ante las autoridades. Pocas sobrevivían al GULAG.
Los hijos, por su parte, eran llevados a orfanatos remotos. Se les cambiaba el nombre y se separaba a los hermanos sin excepción. Los recién nacidos a veces eran encerrados junto a sus madres.
Entre 1937 y 1938, las cifras más conservadoras estiman más de 1,5 millones de arrestos y 700 000 ejecuciones en toda la Unión Soviética.
Las detenciones se decidían de forma mecánica: Stalin indicaba cuántas miles de personas debían ser arrestadas por región, y la NKVD llenaba las cuotas. Durante la noche, un automóvil negro llegaba y se llevaba a todos los habitantes de un departamento. El silencio era total. Poco después, una nueva familia, casi siempre de un funcionario comunista, ocupaba el lugar.
Las condiciones en los orfanatos eran desoladoras: muchos no tenían agua potable, y era común que los niños encontraran gusanos, cucarachas y moscas dentro de sus platos.
Morían no por una sola causa, sino por un conjunto mortal: enfermedades, anemia, agotamiento y desnutrición.
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