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Cuba: el futuro que debe nacer desde dentro


✍️ Rita Toymil: Escritora

En la reciente votación de la Asamblea General de la ONU, la gran mayoría de los países volvió a condenar el bloqueo estadounidense contra Cuba. Sin embargo, más allá de ese gesto diplomático —repetido cada año y sin efectos prácticos—, el verdadero desafío cubano no se encuentra fuera de sus fronteras, sino dentro de ellas. Y hoy, ese desafío exige una respuesta urgente ante la epidemia de arbovirosis que avanza mientras el sistema sanitario nacional atraviesa uno de sus momentos más delicados.

El porvenir de la isla no se decidirá en Washington ni en Nueva York, sino en La Habana, en Santiago, en Camagüey y en cada pueblo donde los cubanos continúan buscando cómo transformar la resistencia en esperanza. Allí, donde la vida diaria se convierte en una batalla silenciosa.

Durante más de seis décadas, Cuba ha transitado entre la firmeza ideológica y las urgencias cotidianas, bajo un modelo que prometió igualdad, justicia social y soberanía. Sin embargo, esas promesas han chocado con la realidad de una economía estancada y una estructura política que enfrenta dificultades para renovar su legitimidad.

La evolución del sistema cubano no se ha visto limitada únicamente por presiones externas, sino también por rigideces internas, improvisaciones y falta de transparencia. Con el tiempo, la dirigencia se ha distanciado de las necesidades de la población, mientras los ciudadanos lidian con escasez, deterioro material y el funcionamiento deficiente de servicios esenciales.

La crisis sanitaria actual es la expresión más reciente —y quizá la más preocupante— de ese deterioro acumulado. La falta de insumos médicos, la carencia de medicamentos esenciales y la infraestructura hospitalaria desgastada han agravado la situación. La población enfrenta todo esto con frustración y cansancio, acompañados de un sentimiento creciente de desconfianza hacia las instituciones.

El malestar social en Cuba ya no es silencioso ni disperso. Ha aumentado con los apagones, la inflación, la migración masiva, la escasez de alimentos, el deterioro del transporte y ahora la epidemia. Estas tensiones se expresan en las calles, en redes sociales, en la diáspora y en la vida cotidiana. Se trata del resultado acumulado de un modelo que ha pospuesto por demasiado tiempo una actualización profunda. Mientras el virus se expande, el liderazgo político mantiene una postura centrada en el control y la centralización, sin mostrar avances significativos en reformas estructurales. La narrativa oficial continúa priorizando la imagen del Estado por encima de las necesidades inmediatas de la ciudadanía.

El papel de Venezuela y Estados Unidos: un contexto que limita las opciones de Cuba

A esta situación interna se suma un entorno regional y geopolítico que complica aún más el futuro del país.

Por un lado, Venezuela, durante años principal aliado económico de La Habana, atraviesa su propia crisis política y económica. La disminución de su capacidad productiva y exportadora ha reducido significativamente los envíos de petróleo subsidiado que sostenían buena parte del funcionamiento energético cubano. Esto ha contribuido al aumento de los apagones, a la inestabilidad del suministro eléctrico y a la presión adicional sobre sectores como el transporte y la salud.

Por otro lado, la relación con Estados Unidos permanece marcada por tensiones, sanciones y ciclos de acercamiento y retroceso según las administraciones de turno. La falta de un marco estable en las relaciones bilaterales dificulta el acceso de Cuba a mercados, inversiones, créditos y tecnologías que podrían aliviar la crisis. Las políticas estadounidenses influyen además en los flujos migratorios, generan incertidumbre económica y limitan el margen de maniobra del gobierno cubano, que depende en parte del estado de esa relación para planificar reformas y atraer socios externos.

La combinación de un aliado debilitado y un vecino poderoso con el que mantiene un vínculo fluctuante hace que Cuba quede atrapada entre dos dinámicas externas que restringen su capacidad de decisión interna. La isla enfrenta así un escenario complejo en el que las variables internacionales no sustituyen, pero sí condicionan, la urgencia de transformaciones propias.

Transformación desde dentro

Ningún modelo puede sostenerse indefinidamente sin transformarse y el futuro de Cuba dependerá de su capacidad para transformarse desde adentro. Las reformas económicas, la descentralización y un proceso de reconciliación nacional no son concesiones opcionales, sino condiciones necesarias para avanzar.

La creatividad y la resiliencia del pueblo cubano —uno de sus mayores recursos— requieren un marco institucional que permita la iniciativa, que no silencie la crítica y que no limite la vida civil.

Cuba ha resistido durante décadas, pero la resistencia por sí sola no basta para sostener un proyecto nacional. La isla necesita un proceso de renovación que incluya una economía más dinámica, un sistema de salud operante, una dirigencia conectada con la realidad social y una ciudadanía con mayor capacidad de participación.

Esa reconstrucción comienza con reformas económicas. La creatividad del pueblo cubano ha demostrado su capacidad para prosperar incluso en contextos de restricción. Las pequeñas y medianas empresas representan más que un mecanismo de subsistencia, expresan un deseo de autonomía y de participación en un futuro más abierto.

Al mismo tiempo, ningún desarrollo sostenible será posible sin mayor apertura política. La vitalidad de un país depende de la diversidad de sus voces. El diálogo libre no constituye una amenaza para la estabilidad, puede fortalecerla. La libertad de expresión —frecuentemente limitada— no es un lujo, sino un elemento esencial para el funcionamiento saludable de cualquier sociedad.

Finalmente, ningún proyecto nacional será pleno sin un reencuentro entre los cubanos dentro y fuera de la isla. Las heridas del exilio y la separación han marcado generaciones, pero el diálogo, cuando es abierto y honesto, puede superar cualquier frontera ideológica. La reconciliación no se decreta, se construye con respeto, memoria y voluntad.

Cuba ha demostrado su capacidad para resistir. Pero el futuro del país dependerá de su habilidad para transformar la supervivencia en creación, el desencanto en acción y la memoria en proyecto. Ese futuro no podrá consolidarse mientras la población conviva con apagones, epidemias y discursos insuficientes. Nacerá cuando la sociedad pueda dejar de ser espectadora y convertirse plenamente en protagonista.


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