En la Antigua Roma, la sal era un recurso tan valioso que llegó a utilizarse como forma de pago. De hecho, de esta práctica proviene una de las palabras más comunes en nuestro vocabulario: salario.
La sal no solo servía para dar sabor a los alimentos. En una época sin refrigeración, era esencial para conservar la comida de los legionarios durante las campañas militares. Por ello, el Estado romano entregaba a los soldados una asignación conocida como salarium, destinada tanto a adquirir sal como a cubrir otros gastos básicos.
Este producto tenía un valor estratégico: controlarlo significaba controlar la alimentación, el comercio y, en muchos casos, la estabilidad de un territorio. No es casualidad que algunas de las rutas comerciales más importantes del Imperio fueran precisamente las vías salarias, caminos creados para transportar este mineral.
Con el tiempo, el salarium dejó de pagarse literalmente en sal, pero el término sobrevivió hasta convertirse en la palabra que hoy usamos para referirnos al sueldo. Un curioso recordatorio de cómo una sustancia tan cotidiana llegó a ser fundamental para el poderío del imperio más influyente de la Antigüedad.
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