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Una Historia, un Dibujo: Valldemosa




Francesc Jusep Bonnín: cantautor, escritor, poeta, músico y pintor/

La historia de hoy nos lleva hasta un lugar idílico:

VALLDEMOSSA
Dulce Valldemossa, la que describe Chopin con las notas escritas bajo un cielo estrellado.

Un invierno que nos abraza, la semilla de un pueblo con sabor a belén y con el rumor del viento golpeando las hojas de los árboles dormidos en los jardines de La Cartuja.

Nada más llegar, miró, escuchó, calló y meditó.
No hacía falta decir nada más.
Nada de nada.
El olor a tierra mojada y la piedra se encargaron de hacerle soñar, de transportarle a un lugar pasado, presente y tal vez futuro.

Calles estrechas, empinadas, donde las costumbres se manifestaban en las macetas colgadas en todas las fachadas, como si fueran la prolongación de aquellas piedras milenarias. Macetas a cientos, que en primavera pintaban de mil colores un poble con señorío, de buena gente y culta.

La Villa de Valldemossa se nutrió del nombre de ese valle, “Vall de Muza”: un moro muy rico que era propietario de Sa Vall, donde está ubicada la villa y que más tarde adoptó el nombre actual.

Nuestro dibujante se sentó en una esquina para retocar el dibujo que horas antes había plasmado en su papel. Un penetrante olor a coca de patata le sorprendió gratamente. El obrador estaba escasamente a unos metros de donde él había decidido hacer un alto.

Bajando hacia la calle que estaba a su derecha llegó hasta ese obrador en el cual los maestros pasteleros elaboran esta receta centenaria, esculpiendo en la masa de la vianda una auténtica escultura de sabor. Increíble.

Le comentaron gentes del lugar que, con un humeante café o un chocolate calentito, los días de invierno eran más llevaderos con ese manjar de dioses.

Y, por supuesto, descubrió que en verano esta se juntaba con un helado de almendra, de auténticos almendros de la isla.
Después observó que el polvillo de azúcar que en la coca se deposita le recordaba la cumbre nevada del Puig Major, ubicado en la Serra de Tramuntana, Patrimonio de la Humanidad.

En el silencio de los senderos de Valldemossa le pareció escuchar las pisadas de unos caballos, tirando de un carruaje que transportaba, por los caminos de Miramar, las viejas ilusiones y el amor por esta hermosa tierra, de un enamorado de ella: el Archiduque Luis Salvador.

Comprobó que, en este entorno, en invierno, pequeñas gotas de lluvia mojaban las mochilas de quien, a pie, recorre sus parajes.

De vez en cuando gaviotas viajeras rodean el campanario de la Cartuja, volviendo después hacia la cala, atravesando Son Oleza, sobrevolando el puerto de Valldemossa o el Port des Canonge, volando muy despacio, acariciando el aire, disfrutando del don de volar.

Y la mar, esa mar mediterránea tan nuestra, que es testimonio de lo que os he contado de esta maravillosa isla de Mallorca.

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