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Una historia, un Dibujo: Pequeña Historia para un clásico



 

Francesc Jusep Bonnín: cantautor, escritor, poeta, músico, pintor/

Hoy nuestra historia nos lleva a un establecimiento que ocupa un lugar entrañable en las barriadas de nuestra querida ciudad.

Antes de iniciar mi relato, que forma parte de la vida cotidiana, les diré que este establecimiento tan entrañable lleva por nombre: “estanco”.

La palabra estanco proviene del latín stancus, que significa “estancado” o “detenido”, y está relacionada con la idea de un lugar donde algo se retiene o se controla.
El saber no ocupa lugar.

Es un clásico de entre los establecimientos comerciales. Y con ello también quiero decir que no voy a hacer apología del tabaco ni de los juegos de azar.
De todos es sabido que siempre están entre los posibles “leyentes” —y permítanme el “palabro”— personas susceptibles que se escandalizan. Por ello digo que, simplemente, voy a relatarles una historia real, como la vida misma.

La protagonista de esta nueva entrega de Una historia, un dibujo se llama Bea, y regenta un estanco que lleva funcionando en su barriada desde hace 45 años. Esto me lleva a situarlo en el año 1980, si las cuentas no me fallan.

Y no solo en el susodicho establecimiento se venden los productos propios del negocio, sino que también este se convierte en un santuario de peregrinación para todos los vecinos o clientes de paso u ocasionales.

Un lugar donde todos se conocen de toda la vida, donde se comentan las cosas de cada día, lo cara que está la vida, entre otros temas de rabiosa actualidad. Casi se convierte en una tertulia permanente mientras esperan turno para ser atendidos.

Bea, la dueña, es un amor de persona, junto a las dos dependientas, amables y eficientes.

Pero, aparte de eso, en este lugar se despacha ilusión, con todos los juegos de azar disponibles para hacer soñar a sus clientes y clientas. Puedes entrar con tu perro y tertuliar a la manera de antes, mientras realizas tus compras y gestiones.

Es una historia breve pero densa: la de un estanco como todos los de la ciudad, pero con un encanto especial que le hace diferente a otros, en lo que es lo principal: la atención y la cordialidad con el cliente.

El pequeño comercio es, así, lejos de las grandes superficies, donde te sientes un comprador más, como un número impersonal: el de la tarjeta de crédito.

Sin ese calor humano que ni la más inteligente de las inteligencias artificiales será capaz de conseguir jamás.

Y como reza en una de sus canciones mi admirado y querido Serrat:
“Prefiero las ventanas a las ventanillas
y el lunar de tu cara a la pinacoteca nacional.”

Y hasta aquí mi historia para ese domingo 18 de mayo, con el verano a la vuelta de la esquina, del que hablaré otro día, domingo por supuesto.

Pero eso será otro día.

Haz clic aquí 👉 Una Historia, un Dibujo, para descubrir todas las historias y dibujos anteriores de nuestro colaborador.