En el Antiguo Egipto, los faraones y la élite no descansaban sobre almohadas blandas como las que usamos hoy. Sus almohadas estaban hechas de piedra o madera tallada, con una base curva que sostenía la nuca.
Más allá de su aparente incomodidad, estas almohadas cumplían una función simbólica y espiritual. Los egipcios creían que mantener la cabeza elevada ayudaba a proteger el alma durante el sueño y a mantener a raya los malos espíritus.
Además, tenían un valor higiénico: al elevar la cabeza, evitaban el contacto directo con insectos y mejoraban la ventilación en climas calurosos. Por eso, estas piezas eran consideradas un símbolo de estatus y pureza, y se han encontrado incluso en tumbas faraónicas como objetos de acompañamiento para la vida eterna.
Aunque para nosotros resulte extraño imaginar descansar sobre piedra, en aquella época representaban protección, prestigio y poder.
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