✍Francisco José Castillo Navarro, Director General del Grupo Periódico de Baleares, Presidente Fundador de AMC/
Existe un fenómeno que haría reír al mismísimo Einstein: la mujer que puede ser víctima, empoderada, dulce, cruel, inocente y maliciosa… todo al mismo tiempo. Depende del momento, del objetivo y, sobre todo, de quién tenga enfrente. La llamaremos la mujer de Schrödinger, porque habita un universo cuántico donde los estados colapsan a su conveniencia y nadie puede tocarla sin sufrir consecuencias.
Su vida real es un tablero de ajedrez en el que todas las piezas se mueven según su cálculo. En la familia, es la hija ejemplar o la madre comprensiva, mientras paralelamente humilla, controla y exige sumisión de quienes la rodean. En el trabajo, se presenta como colaboradora, ética y profesional, pero se transforma en manipuladora, competitiva y despiadada, capaz de sabotear sin que nadie sospeche. Con amigos, la dinámica se repite: apoyo emocional cuando le conviene, desdén y menosprecio cuando necesita ventaja o superioridad social.
El talento real de la mujer de Schrödinger no es la empatía; es la manipulación emocional. Sabe cuándo llorar, cuándo indignarse, cuándo mostrarse fuerte y cuándo debilitar a otros con sutileza quirúrgica. Sus armas son el engaño, el doble discurso y la victimización estratégica. Cuando algo sale mal, hay un culpable externo: la sociedad, los hombres, la vida… y, por supuesto, el patriarcado, ese monstruo invisible que siempre sirve de excusa perfecta. Cuando algo sale bien, ella es inteligente, decidida y empoderada, olvidando con elegancia que antes se presentó como víctima inocente.
Su poder reside en la confusión emocional que genera. Nadie sabe qué esperar, porque los estados de víctima y verdugo coexisten en la misma persona hasta que ella decide cuál usar. Cada gesto, palabra o silencio está medido, y cada interacción es un instrumento de control. La coherencia no forma parte de su repertorio; la conveniencia es la regla.
En la familia, manipula la culpa y las emociones de parientes y amigos. En el trabajo, sabe quién teme al conflicto y quién es susceptible de halagos o amenazas sutiles. En los círculos sociales, alterna entre apoyo y traición según le reporte más poder o influencia. Y siempre hay un recurso infalible: culpar al patriarcado, ese espectro universal que justifica cada error, cada egoísmo y cada abuso de poder. Su estrategia es perfecta: mientras ella gana, los demás dudan si deben defenderse, sentirse culpables o simplemente rendirse ante su juego psicológico.
La mujer de Schrödinger no busca amor ni respeto genuino. Su objetivo es control absoluto. Cada gesto, cada palabra, cada silencio es un acto de poder. Cada lágrima es una herramienta, cada enojo calculado, cada elogio un cebo. Mantiene a todos en incertidumbre, obligando a quienes la rodean a caminar sobre cristales invisibles, con miedo de ser manipulados o ridiculizados. Y mientras tanto, ella permanece intacta, flotando entre víctima y verdugo, segura de su imperio emocional.
Su especialidad más aterradora es la alternancia perfecta: cuando necesita compasión, adopta el rol de víctima indefensa, culpando al patriarcado y a la sociedad por cualquier inconveniente. Cuando necesita imponer su voluntad, cambia al estado de perversa estratega, humillando, despreciando y debilitando a quienes le rodean, sin perder jamás la imagen pública de inocencia. Todo es parte de un plan maestro de dominación emocional.
La mujer de Schrödinger existe en todas partes: oficinas, colegios, reuniones familiares y grupos de amigos. Su malicia es cotidiana, pero siempre camuflada bajo apariencia amable. No necesita fuerza física ni gritos; su poder está en la habilidad de controlar emociones ajenas, sembrar duda y mantener a todos en su paradoja cuántica, siempre a su merced.
No confundas dulzura con bondad ni lágrimas con sinceridad. La mujer de Schrödinger no es amiga, aliada ni guía moral. Es estratega, calculadora, perversa… y, sobre todo, letalmente eficaz en su propio juego. Siempre tiene un plan, siempre sabe qué tecla presionar y siempre cuenta con el recurso infalible: culpar al patriarcado. Mientras ella alterna entre víctima y verdugo, quienes la rodean descubren demasiado tarde que estaban tratando con alguien que juega con la realidad como si fuera un tablero de ajedrez emocional.
En su mundo, cada interacción es una prueba de control, cada silencio un golpe de poder, y cada gesto un instrumento de manipulación. La mujer de Schrödinger no falla, no titubea y no se arrepiente. Porque, al final, no es amiga ni enemiga: es victimaria y víctima, cruel y delicada, perversa y encantadora, y el patriarcado siempre está ahí, listo para justificar cualquier cosa que le convenga.
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5 Comentarios
Que gran artículo, una verdad increíble
ResponderEliminarTe admiro que bien escribes y te expresas, aunque sea mujer comparto contigo lo que dices
ResponderEliminarMucha enferma sulta por la calle
ResponderEliminarMuy valiente en tu planteamiento, pero cierto muchas mujeres hacen esto juegan y juegan haciendo daño
ResponderEliminarVíctimas y verdugos muchas mujeres son así vende empoderamiento cuando les conviene y cuando son víctimas del patriarcado uffff que pereza de mujeres
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