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La verdad incómoda sobre los derechos humanos en países de mayoría musulmana

 


✍Francisco José Castillo Navarro, Director General del Grupo Periódico de Baleares, Presidente Fundador de AMC/

En los debates actuales sobre derechos humanos en países de mayoría musulmana aparecen con frecuencia una serie de afirmaciones que buscan señalar tensiones entre sus marcos legales y los estándares internacionales. Algunas de las más citadas son las siguientes: “¿Sabes cuántos países musulmanes respetan los derechos de las personas LGTBI?  Ninguno.” También se repite la idea de que “ningún país musulmán respeta los derechos de las mujeres”, o que “ningún país musulmán ha firmado la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. En el plano religioso surge la afirmación de que “en ningún país musulmán se respetan los derechos de culto de otras religiones que no sean el islam”, acompañada del ejemplo saudí: “¿Sabes cuántas iglesias hay en Arabia Saudí? Ninguna. Está completamente prohibida cualquier religión que no sea el islam.”

Estas declaraciones conducen a examinar, desde una perspectiva documental, aspectos como la legislación interna, los códigos de familia, las constituciones, la libertad de culto, la igualdad jurídica, las reservas a tratados internacionales y la aplicación práctica de estos marcos normativos. Los estudios comparados suelen apoyarse en análisis de documentos oficiales, informes de organismos internacionales, evaluaciones de organizaciones de derechos humanos y revisiones históricas sobre la evolución legislativa de cada estado.

Cuando se plantean afirmaciones como que ciertos países no respetan los derechos de las mujeres o los derechos LGTBI, el enfoque de investigación se dirige hacia la tutela masculina, las leyes de herencia, las restricciones matrimoniales, la penalización de determinadas conductas, la protección legal frente a la discriminación, la libertad de expresión y el estatus legal de las minorías sexuales. Estas áreas requieren revisar tanto el texto normativo como su aplicación efectiva, revelando a menudo brechas alarmantes entre lo que se dice y lo que se practica.

Del mismo modo, cuando se analiza la adhesión a instrumentos internacionales de derechos humanos, se revisan archivos históricos, procesos de ratificación, reservas, votaciones y documentos diplomáticos. La relación entre los Estados y estos marcos internacionales pone en evidencia incumplimientos persistentes y una distancia inquietante entre la promesa legal y la realidad social.

Las afirmaciones sobre la libertad religiosa orientan la investigación hacia la religión oficial del Estado, las restricciones al culto público, la posibilidad de construir templos, la práctica privada de otras religiones y la situación de las comunidades minoritarias. Este tipo de análisis revela cómo las normas explícitas y las prácticas administrativas derivadas de ellas pueden limitar gravemente derechos fundamentales.

En el plano social, estas afirmaciones suelen aparecer acompañadas de reflexiones sobre la percepción pública, los discursos sociales, la integración, la convivencia, los debates identitarios y las tensiones culturales que surgen cuando las leyes y las prácticas de un país contrastan con los principios universales de derechos humanos.

El conjunto de afirmaciones y de documentación revisada ofrece un marco de observación amplio y preocupante sobre los derechos humanos, los sistemas jurídicos, la libertad religiosa, la igualdad de género y la diversidad sexual. A partir de esta exposición, cada lector puede percibir la urgencia de una aplicación efectiva de la ley y la necesidad de superar las desigualdades estructurales que persisten.

En muchos países musulmanes, las mujeres viven como ciudadanas de segunda, como si fueran un 0 a la izquierda: sin derechos, sin voz, sin acceso al médico, sin posibilidad de estudiar, condenadas a una existencia de opresión constante. Un caso extremo es Afganistán, donde la libertad femenina es un crimen en sí misma.

Los homosexuales viven bajo un terror absoluto: son repudiados, perseguidos y, en muchos casos, ejecutados simplemente por amar. La diversidad religiosa está prohibida: otros templos no existen, solo el mundo musulmán oficial, y quienes se atreven a disentir sufren represalias.

Dentro de la misma comunidad, el odio se multiplica: chiíes y sunitas se enfrentan en conflictos que desgarran sociedades enteras, mostrando que la intolerancia no tiene fronteras.

Mientras tanto, la comunidad internacional observa, indiferente, mirando hacia otro lado, dejando que millones sufran en silencio. Esta es la realidad brutal, cruda y dolorosa, de un mundo donde la libertad y la dignidad humana son solo palabras vacías para muchos.

Siento una profunda frustración al ver cómo ciertos debates sobre los derechos, la libertad y la igualdad terminan convertidos en simples provocaciones que no aportan nada. A veces me pregunto si quienes hacen determinadas exhibiciones, mostrando sus ubres con pelos en sus sobacos, las llamadas perras flautas, serían igual de valientes en países donde las mujeres carecen de derechos básicos, donde la mínima expresión de libertad podría significar un peligro real para sus vidas.

Es fácil alzar la voz cuando sabes que no habrá consecuencias, pero lo verdaderamente difícil es defender la dignidad, la coherencia y el respeto mutuo. Siento una profunda vergüenza por cómo se distorsionan algunas luchas y por cómo, en ocasiones, se olvida que la convivencia exige un compromiso común.

En España convivimos con distintas culturas y tradiciones, pero creo firmemente que quienes vienen deben adaptarse a las normas y valores del país que les recibe, igual que nosotros lo haríamos al viajar o vivir en cualquier otro lugar. La convivencia solo es posible cuando existe respeto, equilibrio y un mínimo de responsabilidad compartida.

FJCN