Los vikingos no solo confiaban en su destreza naval y en sus armas para sobrevivir en alta mar. En sus largos viajes por el Atlántico, también llevaban a bordo gatos, animales que cumplían una función práctica y esencial.
Las embarcaciones vikingas transportaban alimentos, pieles y grano durante travesías que podían durar semanas. La presencia de ratones y ratas suponía un serio problema, ya que estos animales podían arruinar las provisiones y propagar enfermedades. Los gatos eran la solución natural para mantener a raya a los roedores dentro de los barcos.
Además de su utilidad práctica, los gatos tenían un valor simbólico en la cultura nórdica. Estaban asociados a la diosa Freyja, vinculada al amor, la fertilidad y la protección. Llevar gatos a bordo también se interpretaba como una forma de atraer buena suerte durante los viajes.
Esta costumbre se extendió más allá de los barcos. Los gatos se convirtieron en animales habituales en los asentamientos vikingos y contribuyeron a su expansión por Europa, ya que muchos de ellos desembarcaron en nuevas tierras junto a los exploradores.
Así, mientras los vikingos pasaron a la historia como temibles guerreros, los gatos fueron compañeros silenciosos que ayudaron a garantizar la supervivencia de sus viajes y asentamientos.
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