La contaminación invisible que ya forma parte de nuestra dieta
Los microplásticos, esas diminutas partículas que miden menos de cinco milímetros, están apareciendo en lugares inimaginables: el agua que bebemos, la sal que usamos para cocinar, los peces que llegan a nuestra mesa e incluso en el aire que respiramos.
Pero ¿cómo han llegado hasta ahí?
Cada botella, bolsa o envase que desechamos no desaparece: se fragmenta, se rompe en pedazos cada vez más pequeños y acaba infiltrándose en ríos, mares, suelos y alimentos. Incluso la ropa sintética libera microfibras que viajan por el agua y terminan en nuestro organismo.
Hoy, los científicos detectan estas partículas en frutas, verduras, carne, agua embotellada, agua del grifo e incluso en la placenta humana.
La pregunta ya no es si estamos expuestos, sino cuánto.
Aunque aún no se conocen todas las consecuencias para la salud, estudios recientes indican que pueden provocar inflamación, estrés oxidativo y bioacumulación. Por eso este tema es una de las grandes alertas del siglo XXI.
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