En la antigüedad clásica las ceremonias funerarias estaban asiduamente fusionadas con el arte musical. Éste desempeñó un papel muy distinguido en el seno de dichas civilizaciones. La música formaba parte de un ritual y de costumbres sociales muy enraizadas en los dogmas de dichas culturas. A través de los restos arqueológicos y documentación iconográfica hallada, se puede constatar y contemplar el reflejo de escenas y cultos funerarios donde se puede descifrar el carácter solemne e intrínseco de la música, e intuir la unión, metafórica, entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.
Atendemos a todo un legado que, a través de él, nos ilustra los fastuosos banquetes y festejos que se celebraban en honor al extinto, como despedida durante el transcurso de su feliz tránsito al ultramundo y como prolongación de su vida o, como sucedía en otras culturas, de vehículo entre su pasado y presente.
No quiero dejar de mencionar la diversidad de rituales funerarios que se celebraban en cada una de las culturas y religiones existentes como la católica, musulmana, judía, budista, etc...
A lo largo de los tiempos, desde épocas ancestrales, hasta nuestros días, la música funeraria se ha ido transformando según las preferencias sociales y culturales.
En estas ceremonias la interpretación musical posee el saber de transmitir emociones y conmover. Tiene el poder de consolar en trances de dolor y pérdida, de manifestar la aflicción y la melancolía de la despedida, mermar la ansiedad y el sentimiento de inquietud, pesadumbre e ira. En sí, es una formidable herramienta terapéutica para asistir al ser humano, a procesar su desasosiego y hallar aplacamiento en medio de tanto pesar. Con un proceder íntimo, individual y de recogimiento conmovedor, donde las melodías colman el vacío y el silencio, sanan el sufrimiento y hablan cuando las palabras no pueden expresar la desolación. Ayuda a florecer el llanto, sosegar el alma y colmar al espíritu de quietud y meditación. Es más, es un conocimiento armonioso, un lenguaje de emotividad que plasma los recuerdos, la gratitud, el afecto, los momentos compartidos y el vacío que nos desampara.
Los ritos funerarios contribuyen a crear una atmósfera de unión, en enaltecer, evocar y homenajear al difunto. Una forma de amparar a los familiares y seres queridos ayudándoles a aceptar su duelo.
Pero hay casos que en el que este dolor se transforma en celebración. Muchos familiares optan por solemnizar su partida, a otra mejor vida, con conciertos, reuniones, banquetes, donde se recuerda al fallecido con júbilo y reconocimiento.
Como profesional del canto puedo atestiguar que habitualmente suelen requerir de mi labor artística, para que con mi voz y sensibilidad abrace a cada una de esas almas torturadas por el dolor y sufrimiento, desorientadas en el sendero de la angustia, cansancio e incredulidad, abandonadas ante la oscuridad, desconsuelo e incertidumbre. Poder guiarles hacia el consuelo, desasosiego y recogimiento espiritual.
Me complace apostillar que, por expreso deseo de los familiares, acojo su gratitud, cercanía y amor ante mi cometido. Me siento muy realizada, afortunada y satisfecha de poder dar aliento y consuelo a su profundo dolor y vacío. Muchos de los asistentes descubren una nueva visión emotiva, atípica y singular como una forma de decir adiós a su ser querido.
De alguna manera u otra, pero siempre con notas musicales, despidamos a nuestros seres más apreciados con la esperanza y dicha de volvernos a encontrar en la vida eterna, donde el AMOR respira en constante armonía.
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