✍Francisco José Castillo Navarro, Director General del Grupo Periódico de Baleares, Presidente Fundador de AMC/
Es un error intelectual y una irresponsabilidad social seguir fingiendo que el feminismo hegemónico contemporáneo continúa siendo un movimiento por la igualdad de derechos. Esa etapa, con todas sus imperfecciones, ya fue superada hace décadas en el plano legal en gran parte de Occidente. Lo que hoy domina el discurso público no es igualdad, sino confrontación sistemática, victimismo institucionalizado y una reinterpretación ideológica de la realidad que divide a la sociedad en bandos irreconciliables.
El eje central de esta corriente no es la justicia, sino la lógica del enemigo. Se ha instalado una narrativa donde hombres y mujeres ya no son aliados naturales, sino sospechosos mutuos. El resultado es una ruptura profunda de la confianza básica, imprescindible para formar parejas estables, familias funcionales y comunidades cohesionadas. No es casualidad que la natalidad esté en mínimos históricos, que el matrimonio sea visto como una reliquia y que el compromiso sea percibido como una trampa en lugar de un proyecto compartido.
Uno de los pilares más peligrosos de este enfoque es la consigna de “creer siempre”, convertida en dogma moral y, en muchos contextos, en práctica jurídica informal. Esta lógica no distingue entre verdad y acusación, ni entre justicia y relato. El efecto es devastador: se erosiona la presunción de inocencia, se normaliza la sospecha automática y se instala una asimetría legal donde el testimonio deja de ser prueba para convertirse en sentencia social anticipada.
Ejemplos sobran: procesos laborales, denuncias mediáticas, conflictos familiares y separaciones donde el varón parte de una posición defensiva estructural, independientemente de los hechos. Esto no protege a las víctimas reales; devalúa la noción misma de justicia y termina banalizando el daño verdadero.
El feminismo hegemónico también ha impuesto una visión infantilizante de la mujer. Bajo el discurso de la “opresión estructural”, se reduce su agencia, se diluye su responsabilidad y se la presenta como un sujeto permanentemente condicionado, incapaz de tomar decisiones sin la sombra de un sistema que siempre la oprime. Paradójicamente, esta narrativa niega la autonomía femenina mientras afirma defenderla.
En paralelo, se construye una culpa colectiva masculina. No importa la conducta individual, el contexto ni la biografía: el hombre es presentado como beneficiario pasivo de un sistema opresor, obligado a expresar culpa, pedir perdón y reeducarse, incluso cuando no ha ejercido daño alguno. Esta lógica no es ética ni progresista; es moralmente autoritaria.
Otro efecto visible es la deslegitimación del rol masculino tradicional. Proveer, proteger, asumir riesgos y sacrificarse por otros funciones históricamente necesarias para la supervivencia social han sido redefinidas como sospechosas o directamente tóxicas. El concepto de “masculinidad tóxica”, utilizado de forma indiscriminada, ha servido para ridiculizar la fortaleza, desprestigiar el liderazgo y neutralizar el sentido del deber, sin ofrecer a cambio un modelo masculino funcional y positivo.
Mientras tanto, la salud mental masculina permanece prácticamente ausente del debate público. Los datos son claros: los hombres se suicidan significativamente más, pero este hecho es minimizado o relativizado bajo el argumento de que el hombre es “privilegiado”. Esta es una contradicción ética grave: se exige sensibilidad, pero se niega compasión cuando no encaja con la narrativa dominante.
En el ámbito familiar, las consecuencias son igualmente tangibles. El aumento de separaciones y hogares monoparentales no es un fenómeno neutro. La ausencia del padre no es solo un dato estadístico; es una realidad emocional y estructural que afecta el desarrollo de niños y adolescentes. Sin embargo, cualquier intento de señalar este problema es rápidamente etiquetado como reaccionario, retrógrado o antiderechos, cerrando el debate antes de que pueda producirse.
Criticar este feminismo dominante no es odiar a las mujeres, ni negar desigualdades reales, ni defender abusos históricos. Es rechazar una ideología que ha dejado de unir y ha comenzado a destruir, que confunde protección con privilegio, igualdad con revancha, y justicia con castigo simbólico.
El momento histórico exige una revisión profunda, no más consignas. Recuperar una masculinidad firme, responsable y consciente, compatible con una feminidad libre y fuerte, no es retroceder: es restaurar el equilibrio. Una sociedad que enfrenta a sus sexos se debilita; una que los reconcilia prospera.
La verdadera igualdad no necesita enemigos. Necesita adultos responsables, vínculos sólidos y principios compartidos.
FJCN









3 Comentarios
Gran articulo, soy mujer y estoy completamente de acuerdo
ResponderEliminarEres un gran escritor me encanta como te expresas
ResponderEliminarMuchas mujeres enfermas
ResponderEliminarGracias por dejar su comentario en el Periódico de Baleares. No dude en dirigirse a nuestro equipo de redacción para cualquier sugerencia u observación. Comentarios ofensivos serán borrados y el usuario/a bloqueado. El Periódico de Baleares no se hace responsable de los comentarios publicados por los lectores.