Durante siglos, el color púrpura fue uno de los símbolos más claros de poder, riqueza y autoridad. Su uso estuvo estrictamente reservado a emperadores, reyes y altas jerarquías, y en muchos lugares estaba prohibido para la población común.
La razón era su extraordinario coste de producción. El púrpura más famoso, conocido como púrpura de Tiro, se obtenía a partir de un pequeño molusco marino (murex). Para producir una sola prenda teñida se necesitaban miles de estos moluscos, además de un proceso largo, complejo y con un olor extremadamente desagradable.
En el Imperio romano, el uso del púrpura quedó regulado por ley. Vestir este color sin autorización podía suponer multas severas, confiscación de bienes e incluso la muerte, ya que se consideraba una usurpación del poder imperial. Solo el emperador y su círculo más cercano podían llevar túnicas completamente púrpuras.
Con el paso del tiempo, esta exclusividad se mantuvo en el Imperio bizantino, donde la expresión “nacido en púrpura” se utilizaba para designar a los herederos legítimos al trono. El color se convirtió así en un símbolo político y dinástico, más allá de lo estético.
No fue hasta el siglo XIX, con la aparición de los tintes sintéticos, cuando el púrpura dejó de ser un privilegio reservado a unos pocos y pasó a estar al alcance de todos. Aun así, su asociación histórica con el poder y la realeza perdura hasta hoy.
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